Yegua-yeta-yuta I
2018
Instalación de seda natural a dos tonos con lino cosido, y audio.
200 x 150 cm
Cortesía de la artista y de la galería Nogueras Blanchard
«yegua-yeta-yuta»
2015
Performance
20 min
Cortesía de la artista y de la galería Nogueras Blanchard
Mercedes Azpilicueta nació en Buenos Aires, pero desde hace unos años y tras un periodo intermedio en Italia, reside en Holanda. Su trabajo está atravesado por una fuerza performativa y un posicionamiento radicalmente feminista, dos vectores que se manifiestan abiertamente tanto en los contenidos como en los modos de hacer que despliega. Ejemplos de ello son el modo en que prioriza una relación artesanal con la materia, prefiriendo procesos naturales y sostenibles, calificados como poco rentables, y su interés por el rescate de mujeres aparcadas por los relatos oficiales a través de investigaciones que describe como “poco honestas”, pero que dan lugar a ejercicios especulativos preñados de posibilidad. En este marco, el cuerpo —físico y subjetivo, pero sobre todo como archivo colectivo— es un lugar central tanto de enunciación como de inscripción de las valencias políticas, sociales e históricas que lo definen. Así, cuestiones como el exceso, la violencia, la afectividad o el potencial de transformación que se encuentran en el lenguaje popular, en figuras históricas menores o en las coreografías sociales, hayan un lugar importante en su trabajo.
El proyecto Yegua-yeta-yuta del que hacen parte la performance e instalación que acoge la Bienal representa bien todo ello. En él Azpilicueta recopila insultos dirigidos a mujeres en lunfardo o castellano rioplatense, una jerga surgida en los arrabales porteños hace más de un siglo y hoy extendida por toda la geografía del Río de la Plata y el lenguaje común. Se trata de un proyecto abierto y sin fin: cuenta con más de 400 insultos registrados en una lista que no hace más que crecer. La tela Yegua-yeta-yuta I, que funciona como mnemónica visual o partitura de la performance y el audio que lo acompaña, permite leer tras el bello reflejo color melocotón de la seda las palabras bordadas “yegua”, “machona”, “ortiva” o “sacada”; los hilos cuelgan de manera desordenada, dando cuenta del proceso inacabado de la mano de la artista. Al igual que estas palabras cosidas sobre la piel de la tela, los insultos y agresiones proferidos contra mujeres, normalmente de manera verbal en el espacio público, son marcas que quedan inscritas no sólo sobre el cuerpo que los recibe sino por extensión sobre el cuerpo colectivo de mujeres, al demostrar la violencia de género alojada en la cotidianidad del habla. Esta violencia es todavía más pronunciada en la performance, en la que Azpilicueta va recitando en orden alfabético la lista de vejaciones recopiladas, mientras recorre y se retuerce por el espacio y entre el público. A base de forzar la pronunciación, la declamación adquiere un ritmo y musicalidad, que como ocurre con la iridiscencia de la seda en la instalación, enmascara el ataque en una suerte de canción rimada. Pero tanto en una obra como en la otra, el público atraviesa y es atravesado por el mensaje que la obra activa, haciendo imposible el sustraerse de su complicidad.